Unánime


Unánime, la ambigüedad de la memoria

Leonel Delgado Aburto

La idea de que Nicaragua posee una poesía de altísima calidad, o para decirlo en palabras de moda, que la poesía de Nicaragua es un paradigma cultural en sí; esa idea que con frecuencia lleva a llenarnos de vanagloria, es una idea paradójica. El valor de verdad de esta idea, viene confundido tantas veces con lo que Juan Sobalvarro en 'Unánime' (1999) llama la "ebriedad de sí mismos" (es decir, la de los creadores), y con tanta otra mohosa pátina acumulada en los templos de la nacionalidad, y sus colaterales discursos épicos, que con facilidad se engendran perversiones, nudos y oficios tautológicos.
Me refiero a que, si se siguen servilmente los parámetros dispuestos por lo que cantaron antaño los maestros; en cuanto al rostro que la patria demuestra, o el rostro que enseñaremos; y se hace esto, enviciado con la idea de una gran poesía auto pronosticada, idea plácida y acomodaticia, se cae –y ya se ha caído–, en la esterilidad pomposa, en el recurso neomodernista y hedonista, que estira brazos, extrañamente, a mecenas, flores y escapatorias.
     Es claro, que no es con valoraciones éticas que se puede argumentar una literatura de calidad. Tampoco desatando los nudos, y tratando de estirar los embudos de la nacionalidad literaria, que los maestros propusieron como tareas, en un mundo que sobre la base de ironías y perspicacias, sigue siendo malo.
     Para los críticos literarios, un problema permanente es el de la identidad (o anti-identidad) entre sociedad y cultura, y más específicamente entre sociedad y literatura. Y un corolario de toda modernidad, es la presencia, como presentimiento que todo penetra, de la sociedad. Todo eso lleva necesariamente a plantear, al menos como hipótesis, una "vuelta a la realidad" en la poesía nicaragüense. La cual se referirá, por un lado, al abandono de la retórica grandilocuente en la poética, y, por otro lado, a asumir, la ambigua contemplación, que de ninguna forma puede devenir en folklórica, de un presente poluto y sumergido en las aguas negras neoliberales.
    Tanto las contradicciones de la poesía al servicio de la nacionalidad, como las de la poesía que huye hacia el hedonismo más pacato, sirven en este caso al contexto o contextos del libro 'Unánime' de Juan Sobalvarro. 'Unánime' es un libro de circunstancias personales que resuenan en generacionales. Hemos tenido testimonios de lo que fue la guerra de los 80's o el proceso político de esos años; no hemos tenido, sin embargo, muchos testimonios de primera mano, de lo que significó esa guerra en un ámbito personal y para una generación de jóvenes. Mucho menos ha habido poesía escrita desde esas ambiguas trincheras.
Pero 'Unánime' no es en estricto sentido un libro testimonial, o sólo lo es desde una perspectiva diferente. La poesía de 'Unánime' no se agota en dar fe de los puntos ciegos, delirantes y trágicos de la guerra. Lo que parece más valioso en este libro es que a partir de esos puntos neurálgicos, de esos cotos conquistados en la guerra, instala puntos de mira sobre muchos estratos de nuestro presente. 'Unánime' nos recuerda que la guerra nunca terminó, nunca terminará; que sigue viva en la memoria, en los obsesionantes bocetos de quien ve una Managua de postguerra, a ratos melancólica, y siempre rebosante de oscuridades, miserias y distancias.
    No se trata, como puede sospechar alguno, de un retorno simplista del compromiso, el panfleto y la exterioridad. No todo el que grita anatemas al panfleto resiste, por otro lado, una revisión concienzuda en su pasado literario. En el caso de 'Unánime', la purificación épica del guerrero, ése que sí podía ponerse a cantar los triunfos nacionales y definitivos, ha devenido en decantación, desposesión, depuración. "Una desdentada agenda/ canta a capella su anorexia", como dice el poema 'De hongos'.
    Y como es natural, esa decantación está acompañada de una rebelde e insistente crítica social, en la que sobresale, por imprevisible, la crítica de los estratos letrados. La inocencia del encandilado poeta provinciano, la gula del seudocrítico metido a poeta, en un país en que casi todo el mundo anda metido a poeta, lo cual no implica necesariamente una ventaja; las fauces, en fin, de un sistema literario no por provinciano menos meticuloso y entusiasmado al masticar y engullir.
    Insisto en que, en 'Unánime', la experiencia fundamental es la guerra vivida en su ciego acontecer, sus distancias y su maquinaria. La vuelta de una guerra que no fue, y que culmina notoriamente en los días de la invasión norteamericana a Panamá, lo que marca la memoria con cambios históricos que todos hemos vivido. No se regresa únicamente del combate, sino de las promesas de cambio social prometidas por una revolución que marcó indeleblemente a nuestra generación. Este regreso, da paso a un despertar anulado, en el que cuesta ir recogiendo el presente en una agenda de desempleado. Están ahí, sin embargo, el hambre, la soledad morosa, los días chopeados como latas, en un depurado anti-profetismo que testimonia la resequedad de los discursos en este fin de siglo.
    En una agenda tan apretada, como es la de 'Unánime' con sólo 121 páginas, hay espacio, sin embargo, para muchas miradas, panorámicas, retratos, e inquisiciones. No desmerece tampoco a esta variedad, el trabajo literario en sí; acunado, como es evidente a veces, con la "Canción de cuna sin música", o atareado en recortar los significados con las tijeras ásperas de los significantes, en una labor de ascendencia vallejiana. Por otra parte, en el trabajo de abrirse hacia el poema en prosa, 'Unánime' muestra adquisiciones de la poesía conversacional y de la antipoesía latinoamericana, con soltura que supera el mero enhebrar literario, y con una actitud existencial asumida con coherencia.
    La labor de los sistemas literarios establecidos es, casi siempre, ordenar cómo hablarle al presente. Cada uno escoge si repite el encantamiento establecido, o si prefiere la lenta desarticulación de lo que cantaron las hadas y los hechiceros. 'Unánime', que ya fue un libro rechazado por las convocatorias semestrales de publicaciones, ha optado por la segunda variante, y difícilmente se demostrará cálculo en su decisión. Una realidad generacional suscita sus propios textos, y son los miembros de esas mismas generaciones los que, más allá de las fortunas canonizadoras, los pueden acoger con el esmero propio de quien por fortuna encuentra un eco y una verdad.
    La decisión desestabilizadora de 'Unánime', armoniza muy bien con la de algunos creadores y críticos literarios más, que seguiremos insistiendo en que no basta con el empeño en ser correcto y cortés con lo que dijeron las normas y lo que dijo la costumbre. Que habrá que insistir en medirle las fauces a los sistemas literarios y sus funcionarios y capillas. Paralelamente, la realidad convoca continuamente en este fin de siglo, a un enfrentamiento menos supersticioso de la realidad, el que, como en 'Unánime', contribuya no a revelar la similitud nacionalista de los exteriores, sino la dispersa y disonante ambigüedad de la memoria marcada por la historia, con sus huecos hueros, hondonadas nostálgicas y superficies perturbadoras.

Artículo leído en el Palacio Nacional de la Cultura, Miércoles, 25 de agosto de 1999.

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Juan Sobalvarro y los jóvenes turcos

Ramiro Argüello

Una tarde ya disuelta en la memoria colectiva de Buenos Aires, Jorge Luis Borges ironizó sobre las Fábulas como género literario. El casi invisible interlocutor, a fuer de modesto, no era otro que don Pedro Henríquez Ureña. El dominicano ripostó descartando el énfasis: “No soy enemigo de los géneros”.
    Con sobresalto leo en la contratapa de Unánime (libro de poemas en siete parágrafos y cobijado por el emblema Nuevo Signo Fondo Editorial INC, 1999, cuyo director es Gustavo Adolfo Páez), siendo su autor Juan Sobalvarro (1966), que la obra “está exprofesamente escrita contra los géneros literarios”. Pero no hay razón para alarmas. Pienso para mí que no es más que una boutade juvenil aconsejada por la anomia al parecer asiduamente cultivada por el poeta. Parece inscribirse resueltamente en la corriente denominada “poesía de la experiencia”, cuya urdimbre de fondo resulta ser una suerte de existencialismo tropical: El Ser y la Nada entre mangos y chagüites.
    Mariano José de Larra (articulista con seudónimo de barbero) sabía de lo que hablaba cuando acuñó una feliz y profética frase “Escribir en España es llorar”. En Nicaragua escribir es desangrarse gota a gota para morir por imaginación moral. Quizás el talante afectivo de los poemas que me ocupan puede ser concebido como un nuevo avatar de la perenne disputa entre Antiguos y Modernos originada en Italia en 1620. Veritas filia temporis, aseveró Bacon, citando a Aulo Gelio.
    La primera sección (Biografía Hostil), está signada por el orgullo, pasión no necesariamente reprobable, y por la escualidez de un entorno atosigante en su estolidez sin respiraderos. El texto Tengo Hambre proyecta con dignidad literaria esta situación y disposición. En Aquí Soy aparece el poeta civil a pecho descubierto. Privilegiado por la lucidez, de manera inevitable arriba al mismo cruce de caminos que Kierkegaard: el suicidio o la fe. Halaga la propia culpa con regodeo malsano.
    Cuando en el sub-mundo literario se alude a Sobalvarro ineludiblemente surge la expresión “escéptico”. El significado último del vocablo es “búsqueda”, así como actitud vital resueltamente contraria al dogmatismo. Pirrón en Megara creo que sabía algo de esto. El tiempo que nuestro poeta tiene por delante ya lo forzará a cambiar su talante y de manera imperceptible su proyecto de vida llegará a tomar otro propósito y objetivo. Todo dependerá de la medida de sus fuerzas y las enterezas que demuestre poseer su vocación. Por el momento continuará ironizando, jugando un tanto a ser malevo.
    Confieso que me alarma este suicida respetuoso. Como lector demorado lo quisiera algo más feliz o ciertamente menos desdichado. Ignoro cómo funcionan (si es que existen) sus relaciones con poetas que etareamente están facultados para ejercer el ingrato menester de mentor. Con una vida perpetuamente postergada, dedicado metódicamente a un destino pospuesto, la labor poética como contingencia quizás se engrosaría en el contacto intergeneracional. No olvidemos que en nuestro país un señor con 60 años bien cumplidos y con la próstata del tamaño de un melón todavía es calificado como “poeta joven”.
    El primer parágrafo tiene como coda dos carmen figuratum que sólo un optimista podría calificar como afortunados. Pero en el poema inicial de la segunda sección (La Otra Bala), nos topamos con lo que acaso pueda ser descrito como un verso dichoso: hijastra de bancos mundiales. El acuciante espectro de la guerra entre hermanos lo fuerza a examinar su conciencia: Yo digo que no matamos a nadie. La referencia obligatoria es El Soldado Desconocido. Los campos de Flandes se han transformado en la manigua nicaragüense. Las ratas y el gas mostaza en las trincheras de la guerra de posiciones se trastocan en la coralillo y en las minas unipersonales (¡qué considerados!). La chamusquina, la tierra arrasada marcan aquí el tono y la cadencia. La desmotivación absoluta enflaquece el espíritu combativo (¿recuerdan la cínica consigna?). Sobre el paralelismo remito a Uriarte Baltodano, que ha escrito líneas esclarecedoras. Los matarifes de ayer aparecen hoy en el telenoticiero de la noche. Ahora son filósofos. Después de todo eran trompudos los que morían.
    La tercera sección (Amanecervos) es, con mucho, la menos conseguida. No es que el amor no sea lo suyo, sino que al buscar deliberadamente lo ramplón y cutre, para su desdicha y la nuestra, lo encuentra para refocilarse en ello. Unicamente Francisco Valle tiene derecho de peaje para instalarse en el “Hospedaje Costeño”. Hubo una época en nuestro país en que las mujeres pretendieron hacer poesía con sus ciclos menstruales alentadas por irresponsables de boina vasca y bastón. Signo de los tiempos.
    Managua es una ciudad futurista construida en la Edad de las Cavernas. La voracidad de los urbanistas y arquitectos (¿dónde estás Samuel Barreto?) se hace patente en el mall aquejado de gigantismo del peor kitsch, la gasolinera promiscua, la rotonda sin propósito evidente. En Managua La Horrible, ya lo saben y se los advierto, vive un joven poeta llamado Juan Sobalvarro. Cantar la miseria ajena o propia siempre es inmoral. Para eso están los cantautores. Al otro extremo del arco emerge el misarabilismo, peste tercermundista y clasemediera que el poeta sortea con acierto no desprovisto de garbo: elegancia moral, la única que existe. “Gracia bajo presión”, la definió Ernesto Hemingway. Estoy hablando del parágrafo Más Días, integrado por poemas temáticamente galvanizados por el hilo conductor de la desesperación, el hastío y la precariedad. En El Miedo la visión abrupta de una mujer decrépita se transfigura en una situación-límite sin escapatoria. Amonedado en El Hallazgo fulgura un verso afortunado: Andaba como monje medieval de tan lento.
    Unánime, como sección, afronta a golpe y porrazo el mester de juglaría: la poesía como oficio. La Torre de Marfil nos remite en forma expedita a un ámbito arquitectónico determinado: el piso de soltero de un libertino, una mansión estilo mediterráneo con jacuzzy, un cuarto de pensionista con bacinica incluida, una insultante cuartería barriovajera. La Torre de Marfil como disposición temperamental o actitud arbitraria, es un recurso válido y ético en vistas a no dejarse vencer por la vulgaridad de los filisteos.
    Las armas que el poeta se permite utilizar son las mismas de Stephen Dedalus en Retrato del Artista Adolescente: silencio, astucia y destierro. Acaso Expediente de Poeta admita la lectura que sigue: antes que los filisteos golpeen a mi puerta con la orden de arresto, yo me entrego. El escritor que nos ocupa tiene ante sí un acuciante e impostergable dilema: ser derrotado por el aluminio de los años y sus manías de campanario, o emerger airoso en la agonía de consolidar y mantener viva la más extraña y perpleja de las vocaciones: el ejercicio resignado de la poesía.
    Fauces propone una colección de camafeos y medallones fácilmente reconocibles. Resulta ser algo así como La Página Social, el almanaque de Gotha de la nobleza en nuestro microcosmos literario. Arremete contra los paramilitares de la palabra con propina. Ya encontrará, así lo esperamos, su lugar bajo el sol. Pero un peligro parece acecharlo sin que él parezca percibirlo: puede terminar siendo uno de ellos.

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